martes, 28 de junio de 2016

Miedo a ser herido por la noche

Atrapado mas que atrincherado, Estuardo se ahogaba en su cuarto.  Ahogado de tormentos, acosado por sus recuerdos, manipulado por las debilidades de su cuerpo; él sobrevivía.

Nostalgia que no comprendía bailaba como hoja de árbol cayendo delante de él, ese lugar que extrañaba, maldito lugar, sin nombre, sin ubicación de la cual huir.  La desgracia de extrañar ese lugar radicaba en la suposición de que ahí Ella se encontraba.  ¿Cómo correr a donde Ella se encontraba? ¿Cómo olvidar la ubicación desconocida que a Ella albergaba?.

Impotencia, no, más bien despreciable humanidad aquejaba a aquel joven, a Estuardo.  La distancia le corroía el corazón, el tiempo le demostraba cuan liquida era su esperanza, su inútil actitud de valiente.

Recostado en su cama, por no decir rendido, en sus sueños despierto caminaba a oscuras sobre la carretera desinfectada de carros; solo al fin, frente a su castillo falso, caminando despreocupado a su destino falaz.

La noche no fue consoladora, y una luz matinal le recordó su cruel realidad: La noche no había ocultado la imagen de su querida, y tampoco la noche anidó un sueño amargo, el sueño amargo del olvido de la mujer que quería por capricho o certeza de compatibilidad.

El dolor era la prueba mas fuerte y clara de su consciente o inconsciente cariño a lo que le había abandonado, abandonado porque él así lo había querido;  de cierta forma, jamás Ella había estado tan cerca de él, nunca tan enraizada, nunca tan irreemplazable.

-Adiós- debió él decir; -Fin- ella debió confirmar.  Todos estamos rotos.

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