martes, 28 de junio de 2016

Miedo a ser herido por la noche

Atrapado mas que atrincherado, Estuardo se ahogaba en su cuarto.  Ahogado de tormentos, acosado por sus recuerdos, manipulado por las debilidades de su cuerpo; él sobrevivía.

Nostalgia que no comprendía bailaba como hoja de árbol cayendo delante de él, ese lugar que extrañaba, maldito lugar, sin nombre, sin ubicación de la cual huir.  La desgracia de extrañar ese lugar radicaba en la suposición de que ahí Ella se encontraba.  ¿Cómo correr a donde Ella se encontraba? ¿Cómo olvidar la ubicación desconocida que a Ella albergaba?.

Impotencia, no, más bien despreciable humanidad aquejaba a aquel joven, a Estuardo.  La distancia le corroía el corazón, el tiempo le demostraba cuan liquida era su esperanza, su inútil actitud de valiente.

Recostado en su cama, por no decir rendido, en sus sueños despierto caminaba a oscuras sobre la carretera desinfectada de carros; solo al fin, frente a su castillo falso, caminando despreocupado a su destino falaz.

La noche no fue consoladora, y una luz matinal le recordó su cruel realidad: La noche no había ocultado la imagen de su querida, y tampoco la noche anidó un sueño amargo, el sueño amargo del olvido de la mujer que quería por capricho o certeza de compatibilidad.

El dolor era la prueba mas fuerte y clara de su consciente o inconsciente cariño a lo que le había abandonado, abandonado porque él así lo había querido;  de cierta forma, jamás Ella había estado tan cerca de él, nunca tan enraizada, nunca tan irreemplazable.

-Adiós- debió él decir; -Fin- ella debió confirmar.  Todos estamos rotos.

viernes, 15 de enero de 2016

Su viaje efímero, mi sufrimiento perenne

Son las 2 A.M. y ella despierta. Toma de las entrañas del mas rosado y femenino peluche la hojas secas que le harán volar.  Y algo dentro de mí se rompe.  Quiero llorar, quiero desmayar para jamas despertar.  Rápidamente ella se asegura de escuchar con atención el silencio que resguarda su secreto.  Se levanta y camina para sentarse en el suelo frente a su cama, ella se está preparando, el cigarro se ha hecho como por arte de magia, dona una pizca de fuego y con un inseguro ademan acerca la bala de papel a su boca; lo seco de sus labios acaricia el papel enrollado y aspira el barco que le enviará.  Dolor interminable me acude en justicia divina y deseo llorar, deseo gritar pero no puedo ni debo.  Quiero caminar para no cavilar la cruel escena, quiero morir para no vivir su muerte prematura.  Que Dios me perdonaría la traición al secreto de la damisela, que Dios me perdonaría la muerte del ser mas divino a mis ojos.
Ella ahora está lejos y mis ojos horrorizados encuentran en su cuerpo solo carne y hueso, su conciencia se ha ido para dejar solamente el cascaron, para dejar solamente el vestigio de su existencia.  Y horror se suma al que ya tenía, y encuentro que su piel no tiene olor a putrefacción; le he visto y no lo creo, lo he comprendido y me arrepiento.
Desesperado desee abrazarle y aferrar su conciencia inmaterial para no dejarle ir; entonces adolorido, confundido y rabioso me recuerdo que todo es una escena hecha por mi cruel mente y mi hiperactivo sistema nervioso. No puedo viajar entre la materia-tiempo que me rodea y la escena de mi mente.  No puedo viajar miles de kilómetros entre mi pobre pueblo y su afortunado pueblo , ahí, detrás de tantas montañas y voces adoloridas por la rutina.
Su viaje efímero es vanidoso al igual que mi encarnada moral.

viernes, 8 de enero de 2016

Vana desesperación

El clima era como era, y me daba igual, porque la luz o la oscuridad no podían agregar ni quitar terror en mi distracción adormecedora.

En mi mente caminaba cansado o corría repentinamente con nuevas fuerzas, esto en un ciclo menor al tiempo de un segundo. Huía aterrado de la inmisericorde idea que me atormentaba.

La idea consistía en que mi Ser se hundía en mis pensamientos, cayendo irrevocable e inevitablemente en la supraconciencia, aplastando con mis propias manos el valor de mi existencia, escuchado los sonidos guturales de mi ser en el vació metafísico.
En un tropiezo de mi trance, me enteraba que seguía vivo, gracias al malestar de mi estomago: las ganas de vomitar. Concebí entonces el desagrado por la vida, el sacrilegio de mi persona por mi vano y ridículo heroísmo, el sacrilegio del tiempo derrochado en mi vana experiencia, la justificación del que duerme a voluntad y el sacrificio del que despierta con miedo.

Donde encontraré experiencia superior a la que he vivido, donde hallaré una bebida mas dulce que la inconsciencia del cuerpo, cómo haré olvidar mi existencia a mis seres queridos. 
Si rendido ya estoy; si junto a mi, Ella, mi compañera de vida y ahora de viaje ya está dormida; ¿Cómo he de perdonarme? ¿En nombre de quién me salvaré?.

Dormido estaré, al fin, junto a ti.